la juli y yo (hace tres años)

la juli y yo (hace tres años)

hexalogía del argentino errante


advertencias: no sé si la nona tiene 84 años y sé que no dice que se va a morir, el separado es el roberto, la "vecinita del segundo" es la julia, el cincuentón es el padre del lisandro y no mata faisanes, yo no hago todo lo que digo que hago, el diego no es así como digo que es. en fin, me he inspirado en la realidad, pero también me he liberado de ella. aquí va (esta es la versión completa, en el diario le cortaron partes). el pablo, mi "editor en jefe" nombró el artículo: "hexalogía del argentino errante". espero que les guste.

1924: Mi abuela tiene ochenta y cuatro años y hace quince que dice que se está por morir. Hace un tiempo, cuando todos éramos mucho más felices, desavenencias matrimoniales forzaron a uno de sus hijos, escritor y ya mayorcito, a capear la tormenta en la casa materna. Entre sus bártulos llevaba un viejo ordenador, una 486 con Windows 3.11 y un monitor pesado como un jabalí. Durante la estancia, mi abuela jamás se acercó a la mesa del ordenador, la miraba de reojo, desconfiada: limpiaba con fervor los alrededores, mientras que en la mesa reinaba el caos de papeles y el polvo atascaba las teclas. Alguna vez me dijo que temía que le pasara algo al ordenador si lo tocaba, aún estando apagado. Pero su pesadilla, a lo que de verdad tenía terror, era a que se le borrara algo del ordenador a su hijo escritor. A mí tampoco me dejaba acercarme, por las dudas.

1950: El padre de un amigo, de cincuenta y ocho, cansado de que la vida le pasara por al lado como un bólido, despeinándole los pocos pelos que le iban quedando, decidió coger el toro por las astas y hacerle frente a su bestia negra: el ordenador. “Enséñame”, le dijo a mi amigo un día. Mi amigo, cogió envión de paciencia, y sentó al padre frente al teclado. “Coge el mouse, papá”. El buen hombre obedeció en seguida y cogió el mouse como le habían mandado: estiró la mano izquierda, lo levantó de su hábitat natural, lo sostuvo sobre la palma de la mano triunfalmente y preguntó: “Vale, y ahora, ¿qué?”. Tras algunos meses de autoflagelamiento docente, el hoy sesentón, manda algunos e-mails, escribe cartas, juega al solitario y sube fotos de faisanes muertos a su blog.

1973: Yo, treinta y cuatro y contando, tenía una Commodore 64 (para el interesado, ese 64 se refería a los 64k de ¡memoria RAM!). Aprendí Cobol, aprendí Basic, y supe dibujar un cuadrado con una serie de crípticos comandos. Después jugué al ping-pong en mi televisor, con dos barritas y un circulito que iba y venía. También, en un ataque de furia tras el noveno intento de cargar un juego, hice volar mi datassete por la ventana con furia de lanzador de disco olímpico y batí un record de distancia. Años después, la revolución del ordenador personal me cogió lo suficientemente joven como para reaccionar: hoy hago música por ordenador, la comparto en la web o la pincho en bares, cuento intimidades en mi blog, leo periódicos, gestiono mi cuenta bancaria, compro entradas para espectáculos y me entero de cómo llegar hasta Montjüic en transporte público. Es más, apenas sabría vivir sin ordenador, y menos aún sin Internet.

1985: Mi madre optó por limitarle a mi hermano de veintitantos las horas frente a la pantalla: “Una hora diaria, jovencito”. El muchacho había sido abducido por los juegos de ordenador y no había forma de que comiera, se duchara, usara palabras normales, hiciera los deberes o, para el caso, hiciera cualquier otra cosa tridimensional. Si era por él, se pasaba el día (y la noche) tratando de llegar a la Isla del Tigre, para coger la llave azul, juntar algunos soldados fieles e irse en tropel a aniquilar al pérfido ejército de algún checo con acné contra el que estaba jugando on line. Finalmente, mi madre enderezó al crío: hoy come, se ducha y hasta tiene una novia de carne y hueso. Bueno, además de la de Second Life, que se llama Sheila y tiene el pelo plateado.

2003: Y, para cerrar el arco etario de generaciones frente a la tecnología: mi vecinita del segundo. Tiene cuatro años, un móvil y un ipod y ya no hay quien la engañe: cansada de que la pongan frente al ordenador para entretenerla con películas, fotos o viendo cómo se mueve el cursor al mover el mouse, ayer pegó el grito para dejar claro que no acepta sustitutos. Con la vena hinchada en el cuello y la cara colorada, gritó: “No quiero esto, mamá, ¡quiero Internet!

2008: En este mismo momento, están naciendo miles de niños que nos humillarán con sus habilidades para usar aparatos… que adolescentes japoneses diseñan hoy… y que nosotros ni siquiera vamos a saber coger. Quizás hasta evitemos limpiarlos, como mi abuela. ¡Sarta de traidores!

me quiere mucho, poquito, nada.

hicimos un test de amor a la greta (y perdí).